La Iglesia Católica dominaba la moral, vigilante ante cualquier apertura de la razón y la ciencia, temerosa de que quedara en evidencia su arcaismo embrutecedor. Su alianza con el trono y el estado, del que formaba parte fundamental, la hacían ser preponderante en la educación, y desde allí, desde el púlpito y el confesionario manejaba las conciencias y vigilaba sus intereses y propiedades.
La formación del pueblo era muy escasa debido a la escasez de proyectos educativos públicos. En aquel entonces se afirmaba que una deficiente instrucción pública haría más dóciles a los trabajadores, siendo poco conscientes de la explotación que sufrían.
La conflictividad social era muy grande , provocada por el desigual reparto de la riqueza y la miseria o escasez en la que vivían la mayor parte de los españoles. Las huelgas, reivindicaciones de trabajadores, protestas ante la guerra, habían hecho al pueblo desconfiar de los grandes líderes, empeñados en servir los intereses del gran capital, y no de servir a los ciudadanos. Las organizaciones y movimientos de todo signo proliferaban, y las manifestaciones de indignación ante las muertes en la guerra, los impuestos, la falta de trabajo, la falta de futuro o las condiciones de vida eran constantes. Las fuerzas del "orden" eran las encargadas de reprimir violentamente las protestas y el uso de la fuerza era habitual para impedir el ejercicio de los derechos democráticos. Una democracia de tercer nivel, encabezada por un cargo no-electo y dominada en lo económico por bancos y empresas extranjeras, y en lo moral por obispos y cardenales cristianos.
Ante la desigualdad del enfrentamiento entre los ciudadanos de a pie y las fuerzas dominantes, sólo la unidad de los trabajadores y personas de toda clase podría haber subvertido esta situación en la que se encontraba España a principios del siglo XX, en 1911.
¿O será 2011?
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