Tras la revolución de los barbudos de Castro, Cienfuegos y Guevara, en 1958, el patio de atrás de Estados Unidos, la colonia española más antigua, Cuba, fue por primera vez un país soberano y con el tiempo, un ejemplo único en el mundo de socialismo y antiimperialismo.
En 2015, es casi un milagro pasear por un país en el cual el capitalismo no es el sistema que domina las relaciones humanas, y la "competitividad" no se antepone a la salud, al bienestar, al trabajo o a los derechos sociales más básicos.
Como turista, y con poco tiempo para profundizar, he podido disfrutar de una ciudad mágica, de La Habana, perla del imperio español en América, tierra de azúcar y tabaco, buena música, saber vivir y con un pueblo culto, crítico y entrañable. Para un español viajar a Cuba es como volver a una España soñada, colorista, cálida, húmeda y sin prisa. A un Cádiz tropical. Y sin embargo, la presencia norteamericana, ora como buitre que busca "nichos de negocio", ora como restos de hoteles, coches y costumbres añejas, está siempre presente en la isla.
Pese a todo, y pese a las dificultades, no deja de ser increíble que una economía asfixiada por el embargo, el bloqueo más largo de la historia, siga en pie a media hora de Miami. Cuando uno pasea por la ciudad vieja, por el Malecón, o visita las fortificaciones de la bahía de la Habana o los palacios de los capitanes generales españoles, puede entender la ciudad colonial, la ciudad sometida a los intereses extranjeros. El museo de la revolución, las escuelas y hospitales, los proyectos de cooperación y la cultura, nos muestran otro país, forjado por muchos años de lucha, de solidaridad y de socialismo. Pase lo que pase, siempre nos quedará Cuba ¡Viva la revolución !
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